En primer lugar debo decir que el principal y más lamentable motivo por el cual no nos es posible dar voz a los niños es porque en nuestra infancia nosotros tuvimos muy poca o ninguna voz. No tenemos registro emocional de haber sido escuchados, respetados y amados como nosotros necesitábamos serlo. Nuestros padres nos han dado en la medida que ellos recibieron. Claro que nos han dado y amado todo lo que han podido. La mala noticia es que no siempre nos pudieron dar lo que realmente necesitábamos.
Antiguamente se castigaba severamente a los niños físicamente en los colegios y en las casas y a nadie le parecía mal. Incluso muchos niños a muy corta edad tenían que trabajar duramente. Después de varias generaciones nos hemos dado cuenta de que el castigo físico es brutal y no está permitido en muchos países. No obstante, aún existen países en el mundo donde pegar a los niños está bien visto y está permitido. Si los adultos pegamos, insultamos, humillamos y castigamos a los niños es por qué nosotros, también, fuimos víctimas de violencia, desamparo y abuso.
Mi gran esperanza es que en un futuro bien próximo nos demos cuenta del grado de violencia y abuso que aun ejercemos, hoy en día, sobre los niños. Muchos adultos pensamos que no somos violentos con nuestros hijos o niños por qué no les pegamos. No hay tanta violencia activa visible actualmente pero seguimos siendo violentos en nuestra forma de hablarles y tratarles.
La vivencia infantil de cada niño nos demuestra que aún estamos muy lejos de respetarles, tratarles y amarles como legítimamente merecen y necesitan. Nos es muy difícil entender y conectar con la vivencia interna de un niño. No somos capaces de sentirlos, escucharlos ni comprenderlos… Sólo sentimos NUESTRO mal estar y NUESTRO vacío emocional interior no el de ellos. Perdimos la capacidad de ver y sentir al otro porque nosotros no fuimos suficientemente vistos, mirados ni sentidos por nuestras madres, padres y demás adultos. Por tanto, ahora que somos adultos seguimos necesitando recibir lo que no tuvimos y esa necesidad NUESTRA nos impide poder dar y satisfacer a nuestros hijos. No somos capaces de ser la madre o el padre (adultos en general) que nuestros hijos necesitan que seamos. Sentimos nuestras necesidades de poder, control, autoridad, silencio, paz, orden, calma… y les pedimos y les exigimos que nos las satisfagan sin nosotros tener en cuenta primero las suyas.
Nadie puede ni podrá satisfacer las necesidades de otra persona si primero no ha sentido las suyas satisfechas o al menos escuchadas. Somos los adultos quienes debemos dar primero a nuestros niños para que ellos a su vez puedan dar cuando crezcan. Si no recibimos en la primera infancia y la adolescencia aquello que legítimamente necesitamos como seres humanos no podremos ni sabremos dar en las posteriores etapas de la adultez ya que seguiremos necesitando y pidiendo lo que nunca tuvimos.
¿Cómo puede un niño satisfacernos a nosotros y tener en cuenta nuestras necesidades si nadie ha tenido en cuenta las suyas?
Los adultos solemos pedir aquello que no hemos recibido en nuestra infancia sin ser realmente conscientes de ello, por tanto somos incapaces de darlo. Siendo niños necesitábamos mirada, contacto, presencia, escucha, amor incondicional… y ese vacío hace que de adultos sigamos necesitando. Al estar vacíos no podemos darlo. La infancia es la etapa de recibir y la adultez es la etapa de dar aquello que tuvimos. Dar lo que no se tuvo duele. Conectar con la niña o niño que fuimos es lo único que nos sanará y liberará. Dar lo que no se tuvo requiere de una gran toma de conciencia. Muy pocos adultos estamos dispuestos a reconocer esas carencias infantiles para luego poder tomar conciencia del niño que fuimos y no proyectarlo en la próxima generación.
¿Por qué nos cuesta tanto reconocerlo y aceptarlo? Pues, simplemente por qué saber que no nos pudieron amar tal y como necesitábamos duele. Y además ponemos en evidencia a mamá y papá. Muchos tenemos idealizados a papá y mamá y reconocer eso hace que los veamos tal y como realmente son y no como nos gustaría que fuesen. Cortar la cadena requiere trabajo personal, confrontación con nuestro pasado y nuestra sombra y una gran responsabilidad. También requiere admitir y ver que mamá y papá hicieron lo que muy buenamente pudieron pero que no fue suficiente. Si nos dieron poco es por qué a su vez ellos también recibieron muy poco. Y así seguimos hoy en día…
Cuando no hemos recibido lo que necesitábamos nos será muy difícil poder darlo y seguiremos pidiendo al otro (nuestra pareja, hijos, amigos…) aquello que no tuvimos en pedidos desplazados. De niños pedíamos y suplicábamos ser vistos, escuchados, amados, aceptados… por mamá y papá. De adultos pedimos a nuestros hijos y a nuestras parejas aquello que somos incapaces de darles por qué en el fondo seguimos necesitando lo que mamá y papá no nos pudieron dar. Eso son pedidos desplazados. Pedimos obediencia y ejercemos el poder para satisfacer nuestras necesidades.
Estamos vacíos emocionalmente hablando y nos faltan herramientas y recursos emocionales pero lo más triste de esta penosa situación es que muy pocos somos consciente de ello y seguimos perpetuando la misma cadena por falta de toma de conciencia. Seguimos pensando que el problema está en los niños y no en cómo los adultos tratamos y miramos a los niños. Somos niños disfrazados de adultos.
Mi gran deseo es que de igual modo que muchos adultos nos hemos dado cuenta que pegar, abusar y hacer trabajar a los niños les lastimaba física, psicológica y emocionalmente, quiero creer que es posible que un día no muy lejano también nos daremos cuenta que castigar, amenazar, obligar, forzar, gritar, desatender, no escuchar, ordenar, exigir, premiar, humillar, rechazar, criticar, juzgar e ignorar a un niño también es mal trato, abuso emocional y un acto de violencia.
A nadie le gusta ser tratado así, repito a NADIE. Ser tratado así no hace que seamos mejores personas más bien hace que nos sintamos mal, muy mal. Y ese mal estar nos desconecta de quien realmente hemos venido a ser y también nos desconecta de nuestros padres y hace que de adolescentes y de adultos sigamos tratándonos así y pensemos que eso es lo que toca.
Ser maltratado impide que podamos sentir al otro o conectar con sus necesidades, deseos o intereses. Se nos olvidó cómo nos sentíamos de niños por qué nadie lo nombró ni lo tuvo en cuenta, por tanto haremos lo mismo a nuestros hijos. El desastre ecológico es que no nos ponemos a pensar en ello. Mi intención, mi propósito superior es dar voz a esos niños y niñas que todos fuimos para luego poder dar voz a los niños que tenemos y vemos. Seguimos haciéndoles cosas a los niños que no harías a un adulto o que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros.
¿Por qué seguimos castigando, amenazando, criticando, juzgando y humillando a nuestros hijos y niños en general?
¿Por qué necesitamos ejercer el poder sobre ellos?
¿Por qué necesitamos su obediencia y complacencia?
¿Por qué no podemos satisfacer sus necesidades de contacto, juego, escucha, motrices, presencia, mirada, atención…?
¿Por qué pensamos que un adulto puede pedirle, hacerle y decirle a un niño lo que le plazca?
¿Por qué no podemos sentir la pena, la soledad, el miedo, la vergüenza, la falta de amor y aceptación que sienten nuestros hijos cada vez que son tratados así?
¿Qué es lo que nos imposibilita ponernos en su lugar y conectar con su vulnerabilidad y su tristeza por no ser comprendidos, escuchados, aceptados y amados incondicionalmente por ser quienes ya son y no por lo que hacen o dicen?
La respuesta a todas y cada una de estas preguntas es: Porqué de niños hemos recibido, sufrido, lo mismo. Nosotros también estábamos en ese lugar. No lo podemos recordar por qué nadie lo nombró y nadie nos dio voz. No les estaríamos tratando así a los niños si nadie nos hubiera tratado así a nosotros primero.
¿Cuantas generaciones más vamos a esperar para darles voz a nuestros hijos y niños? Rompamos la cadena de una vez por todas y dejemos atrás lo que no queremos seguir perpetuando.
¿Qué tipo de padres y madres queremos que tengan nuestros nietos? Un padre ausente, una madre triste, desconectada y sin recursos emocionales. Que sus padres les peguen y les griten y les castiguen y les humillen… Eso es lo que de verdad queremos para nuestros nietos… No olvidemos que los padres de nuestros nietos son nuestros hijos hoy. En nuestras manos está el futuro de nuestros nietos. En nuestras manos está el futuro de la humanidad.
Si todos los niños fuesen respetados, amados incondicionalmente y sus necesidades satisfechas o al menos escuchadas y tuvieran madres y padres conscientes de sus carencias, no habrían adultos que necesitarán matar, mandar, violar, abusar. Un adulto feliz, contento, en paz y conectado consigo mismo no tiene la necesidad de hacer daño a nadie.
Nuestros hijos no necesitan padres y madres o demás adultos “perfectos”. Necesitan madres y padres sinceros, humildes, honestos, vulnerables y conscientes de su propia historia personal. Que conozcan y reconozcan sus limitaciones pero que quieren tomar conciencia de sus vacíos emocionales y revisarlos. Que sepan disculparse y que quieran hacer las cosas desde otro lugar.
Hay la creencia de que los niños necesitan mano dura, saber quién manda, límites impuestos y arbitrarios y disciplina dura. Los niños sólo necesitan ser amados y tenidos en cuenta y tener un buen modelo a su alrededor. Un niño respetado respeta. Un niño escuchado escucha. Un niño feliz está en armonía. Los niños se comportan mal cuando se sienten mal igual que los adultos. Ya he hablado de esto en anteriores artículos.
Los castigos, los premios o las amenazas no nos hacen ser mejores personas. Si queremos que nuestros hijos sean de algún modo en concreto, seamos nosotros de ese modo. Si queremos que sean educados, pacientes, respetuosas, honestos, humildes, bondadosos… Seamos de ese modo con ellos y con los demás. Así veremos la verdad de quien somos nosotros. Queremos que nuestros hijos sean personas generosas, bondadosas y felices ejerciendo el poder sobre ellos y tratándoles con autoridad y hostilidad. Eso no es posible. Los niños no hacen lo que les decimos sino lo que ven que les hacemos.
Se nos ha olvidado lo que sentíamos nosotros de niños. Ya no tenemos registro de ello, sólo nos queda la memoria emocional. Pero nuestro cuerpo emocional sí lo recuerdo y lo proyecta en la próxima generación. Cuando empecemos a revisar nuestras propias infancias y la de nuestros padres y abuelos comprenderemos el origen de toda esta violencia, crueldad, rabia, odio, necesidad de poder, insatisfacción, necesidad de poseer y consumir y desconexión emocional con nuestro ser esencial y el de los demás incluido el de nuestros hijos.
Dar voz a los niños cuando otras personas no lo hacen es vital. En casa de familiares o amigos podemos encontrarnos en situaciones en donde no se habla con respeto a los niños o se les obliga a comer o hacer cosas que quizás no puedan o no les apetezca. Hay personas en lugares públicos muy poco respetuosas e impacientes con los niños. En situaciones de estas, intento dar voz al adulto y al niño a la vez. Diciendo por ejemplo: “Cariño, hay gente esperando en la cola y creo que este ruido y verte correr arriba y abajo les incomoda. Ya sé que estás aburrido y es tarde pero qué podrías hacer que no fuera correr? Puedo hacer yo algo por ti?” o también: “Cariño, ya sabes que en casa de la abuela no ponemos los pies en el sofá. Estamos en su casa y ella lo prefiere así”. Si alguien ha sido muy duro o autoritario: “Cariño, ¿cómo te sientes? Creo, que no te ha gustado como te ha hablado el abuelo, ¿verdad? Quieres decirle algo o prefieres que le diga yo algo?” Si les damos voz verán que ellos son importantes para nosotros y lo que los demás hagan o digan no tendrá tanto impacto en ellos al sentirse seguros, respetados y tenidos en cuenta por nosotros.
Muchos adultos crean alianzas entre ellos en contra de los niños provocando que se sienten solos, abandonados y perdidos. Hay que tener en cuenta que esos adultos quizás no tuvieron voz de niños por tanto la siguen necesitando ahora.
Sólo tratando, viendo, mirando y sobre todo SINTIENDO a los niños de un modo distinto podremos darle un giro de 180 grados al tipo de sociedad que tenemos y queremos mejorar y cambiar. La sociedad es el vivo reflejo de cada hogar y lo que en el ocurre. Hagamos de cada hogar un lugar de amparo, mirada y AMOR incondicional para todos. En la Tribu de Madres Conscientes junto a 95 madres más lo estamos logrando.
Para terminar necesito deciros que dando lo que no tuve, me sané y prometí compartirlo.
Yvonne Laborda
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